31 may 2012

E-piso-dio 013 · Mallrats

(14-11-1996) Se me está poniendo muy dura... la vida universitaria. Y más tener que con_jugarla con la contemplativa de antaño. Nunca he sido muy vago (¡Atención al adverbio “muy” que indica que algo sí lo he sido!), pero es que jamás me ha gustado (ni me gusta, ni me gustará) estudiar en demasía... más bien gustarme, lo que se dice y se entiende por "gustarme" me gusta poco: lo justo para aprobar sin necesidad de cubrirme de gloria. En mi carrera estudiantil no he sido ni notable ni sobresaliente: más bien aprobado raspado y, en ocasiones, he progresado adecuadamente, eso sí, siempre dejándome llevar. Pero soy consciente de que llega un momento en la vida de cada universitario (cada uno de los que no hace los deberes a tiempo) en el que debe tomar una decisión crucial que marcará el resto del semestre, ya sea el primero o el segundo: ¿Cuál me dejo para septiembre?
   Hace varios días que desgraciadamente no escribo nada, y desde que comencé a plasmar mis ideas, pensamientos, incertidumbres y mi versión de los hechos en papel o en el ordenador nunca jamás me había tirado casi dos semanas sin abrir el chorro de las chorradas, pero estas últimas jornadas deben haber sido para mí lo que se conoce como 'la excepción que confirma la regla'... de que estudiar no es lo mío y además me agota. La palabra “estudiante” pensaba, en un tiempo muy lejano, que venía de la combinación entre “estudia” y “antes”, es decir, significaba 'aquella persona que dedicaba un tiempo más o menos adecuado a preparar una gran cita educativa’, y claro, todo aquel que no actuaba de ese modo era un mal estudiante (haber estudiado antes): ¡Vaya tonterías pensamos cuando somos niños!... Nos hacemos mayores y las tonterías pasan a ser... adultas. Paradigma del grado de estupidez humana proporcional a la edad.
   Reconozco que siempre he preferido (mucho) más ver una película que coger un libro, y cuando digo ‘libro’ me refiero tanto a uno donde aparezcan problemas sin resolver o fórmulas imposibles, como a uno en el cuál al final se resuelvan y el chico se quede con la chica, consiga sacar la espada incrustada de la piedra o llevar el anillo a la Tierra Media, dependiendo del género más que del número. Sucede ahora que en la Universidad, por mucho que ya me había mentalizado a no volver a caer en la tentación, me ha vuelto a pasar (porque siempre re-tropiezo), y día a día me engaño a mí mismo e quando arrivo a casa lo que me apetece de verdad es ver Friends o algún peliculón sorpresa, como ayer miércoles, día de Champions Filme, que Alberto subió uno de traca mix del videoclub, viéndome así, desmoralizado tanto porque se me acumulan las prácticas y los temas por estudiar como por mi relación estancada de amigos_para_siempre con María, que sí, muy bien, somos ya muy amiguitos, incluso compañeros de grupo... pero sin derecho a roce (ni siquiera con el codo y sin querer). En fin, continúa la leyenda...
   Y en esas que la película que trajo, junto con una bolsa de papas y una Coca-Cola de 1,5 litros medio bastante fría, era la comedia indie Mallrats. Hoy, el día después, todavía estoy con la sonrisa en la cara recordando las aventuras y desventuras de Brodie (Jason Lee), el prota, un obseso de los cómics & los videojuegos que está enamorado de la ‘Brenda Walsh’ (Shannen Doherty) de la serie Sensación de vivir, a la que acaba de perder por culpa de su pasotismo y de un auténtico cachas guaperas (Ben Affleck). Y todo esto sucede dentro de un centro comercial a las órdenes del director Kevin Smith, que además tiene un papel crucial en la cinta (y supuestos poderes paranormales) junto con un colega suyo de toda la vida bastante friki también: son Jay & Bob el Silencioso, y ayudarán a Brodie y a su mejor amigo a recuperar a sus respectivas novias en un programa de parejas en televisión que, precisamente, se rueda in situ en aquel recinto tipical USA. Y yo digo, con genialidades así ¡¿cómo voy a estudiar?!

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